lunes, 14 de marzo de 2011

Identidad Nacional

Hay dos formas básicas de pensar a las identidades nacionales: por un lado llegando a ellas desde el encuentro de un relato que de origen y pertenencia a esa determinada nacionalidad, o desde entender a las identidades nacionales como las relaciones entre las distintas actividades que suceden en cierta nación.

En el primer caso, se requiere contar primero con un eje de referencia que organice a esa identidad. Para ello hay varios posibles, el tradicional sostiene la idea de la existencia de ancestros comunes entre los habitantes, lo que conecta a esa nación con la tierra paterna, con la idea de patria.

Pero hay otros ejes, por ejemplo en el mundo hay casos en donde las religiones organizan identidades nacionales. Casos en donde compartir la misma lengua y espacio ha contribuido a crear nacionalidades. Casos en donde la conciencia de clase o donde el orgullo social de ser dueños de un proceso productivo exitoso la encarnó. También hay casos en donde una ley, constitución u objetivos aceptados por las mayorías son referencia de las identidades nacionales.

El problema de este criterio es que en sí parte de fragmentar a la nacionalidad al pensarla sólo desde ejes fijos, es decir un linaje, una religión, una lengua, etc. Ejes que indefectiblemente nos hacen chocarnos con referencias que a veces despiertan amores y otras veces odios y que difícilmente puedan incluir o significar lo mismo para al conjunto de la sociedad.

Además, podrán quedar fuera de estas valoraciones grupos de personas que como fantasmas o parias no se incluyeron en los modelos que genera. Así se puede pensar que usando este esquema es difícil encontrar historias compartidas o comunes denominadores entre los distintos sectores que conforman cualquier comunidad nacional.

Sin embargo hay otra forma de pensar la nacionalidad y esta parte de rescatar las articulaciones entre las distintas identidades de los habitantes de una nación.

Pero para poder valorar esta opción primero es necesario repensar la idea de identidad y aceptar que todos somos dueños de distintas identidades y no solo objetos de los anteriores ejes y campos nacionales descriptos. Donde uno además de pertenecer a una nación o a una identidad partidaria es parte de un género, una generación, una familia biológica o afectiva, un barrio o un pueblo, un club, una religión o es parte de quienes no creen en las religiones. Donde uno incluso es dueño de múltiples deseos, intereses y actividades paralelas. Es decir, uno es parte de grupos de personas que tienen ciertos rasgos en común dentro de todas las clasificaciones posibles que caben al definirse las personas no solo como seres políticos sino como seres humanos.

Porque al ampliar la forma de clasificar a los habitantes de una nación podemos llegar a ver que lo importante de una nacionalidad no es lo que se es sino los lazos que se tejen y como se relacionan los distintos aspectos de la vida. Como se conectan y como se estructuran las distintas identidades formando un tejido social inclusivo e integrador, ya que eso es lo que le da sentido práctico a la identidad nacional y a la vida en común.

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